Es sabido por los allegados a la filmografía de Lolita que el pase de la productora General Belgrano a Argentina Sono Film representó un enorme progreso en lo que se refiere a la categoría de las producciones y a la posibilidad de ampliar el mercado. Esa primera trilogía de Ritmo, Sal y Pimienta, El Mucamo de la Niña y La Niña de Fuego en la que Lolita era algo así como una estrella ascendente quedaba atrás y ahora sí pasaba a ser la estrella absoluta, hecha y derecha, lo merecía y ya era el momento. Posiblemente quienes vieron desde siempre esas películas disfruten tanto de unas como de las otras pero existe, sin embargo, la tendencia a definirlas como “hermanitas pobres” o “trilogía mistonga”, en un decir más lunfa. Por supuesto esto es cierto pero por otro lado esas tres películas tienen una Lolita y algunas características que nunca más encontraremos después de este gran salto. Y ambas cosas no dejan de ser muy atrayentes.
Cuenta la historia que los hermanos Carreras cayeron una noche en el Goyescas y “se alzaron” con todo el elenco, o sea, con Lolita, Barbieri, Andreu y Climent. Algo así como la troupe que sería contratada para la trilogía. Cualquiera que presta algo de atención y deja de tener sólo ojos y oídos para nuestra homenajeada permanente se puede dar cuenta que esta chica para estar teóricamente en un papel protagónico está en una posición inquietantemente simétrica a los otros que eran comediantes populares ascendentes en ese momento, tanto es así que más de una vez los números musicales de Lolita están “severamente” interferidos o directamente incompletos . Aún así da gusto verla tan joven, tan brillante y tan suelta haciendo contrapunto con estos futuros ”pesos pesados” del music-hall argentino. El hecho de actuar con un no-galán como Alfredo Barbieri da la sensación de liberarla histriónicamente en muchos aspectos y todos esos “muchachones” con características tan locales, bien argentinos, le dan al juego escénico una dinámica particular.
Por supuesto , no quito méritos a la etapa que sucede a esta ya que tanta inversión y el hecho de catapultarla a estrella absoluta nos entregó momentos de antología pero también debo señalar que la circunstancia de que el galán haya pasado a tener un packaging for export , que ya no se pudiese ver en él al novio posible de la mayor parte de las chicas que iban al cine (Ricardo Passano era un porteño buen mozo, pero podía ser un “novio accesible”), que las historias hayan pasado a ser cada vez menos verosímiles y los teléfonos cada vez más blancos, le agrega ilusión y una supuesta universalidad, pero también tiende a alejarla de nosotros y tal vez a encerrarla en un estereotipo . ¿Qué hubiera pasado de no tener esa etapa pseudo-hollywoodense? No me refiero a los fines del negocio cinematográfico sino al desarrollo artístico de Lolita y fundamentalmente al desarrollo de su imagen. Tal vez la carga de ese estereotipo quitó la posibilidad objetiva (y también subjetiva) de gozar ella misma de plasticidad en su proyección no tanto como cantante (eso supera cualquier escollo dadas las características sobrenaturales de su canto) sino en otros roles que hubiese podido abordar natural y eficazmente. Nunca lo sabremos pero puede ser interesante imaginarlo. Esta escena amorosamente recuperada por nuestro amigo “estrannic” de la copia que tenemos de El Mucamo de la Niña (digo “tenemos” porque las de todos están en las mismas condiciones….¿QUÉ PASÓ CON ESA PELÍCULA?), este Zurra que zurra que nos canta esta chica tan desenvuelta y atractiva nos estimula a observar esos detalles y libremente dejar volar nuestra imaginación.